Descripción
El sueño de la modernidad produce monstruos. En el trono del Imperio Británico, la reina Victoria paladea satisfecha su poder y el mundo de la razón florece. En todo Occidente se alzan, apuntando al cielo, las chimeneas de ladrillo de las fábricas; enormes buques de metal surcan los mares y los cada vez más poderosos trenes de vapor braman y escupen hollín y cenizas. El planeta cambia. Por su piel se extienden cables de telégrafo, vías férreas, canales y carreteras, sus noches son iluminadas por lámparas de gas e incipientes luces eléctricas. Todo es más rápido, más convulso, las ciudades son más grandes, los ricos más ricos y los pobres, más concienciados, se ven abocados a la guerra de clases. Europa, más poderosa que nunca, conquista Asia y África. En América, Estados Unidos lame sus heridas tras la guerra civil y se prepara para rivalizar con Gran Bretaña como primera potencia mundial.
Es un nuevo mundo. Pero el viejo se resiste a desaparecer. En plena edad de la ciencia y la razón, los monstruos han vuelto. Las criaturas de las viejas leyendas se manifiestan. Todo lo que temíamos está ahí, en los bosques más oscuros, en las profundidades de las cavernas, en los valles recónditos y en los desolados parajes de las montañas. Ya no son cuentos de viejas, son reales. Los vampiros desangran a sus víctimas y expanden su maldición entre los mortales, los hombres lobo, extasiados por la luna llena, asaltan y descuartizan a los desdichados que se cruzan en su camino. En Rusia, las manos verdosas del vodyanoy emergen de los estanques para atrapar a los niños que se sientan en su orilla, mientras en algún lugar de México, la espinosa silueta del chupacabras se cierne sobre su próxima presa. Poco después del amanecer, en el Mar del Norte, los tentáculos del temido kraken se enroscan alrededor de un barco pesquero, haciéndolo trizas, para cebarse después con los cuerpos de sus tripulantes.
Las autoridades se ven incapaces de atajar el problema. Los monstruos surgen: atacan y desaparecen. Esfumándose sin dejar huella, como si se hubieran refugiado en el mundo de los mitos y leyendas, paralelo a la realidad, del que se creía que nunca podrían salir. Las batidas vuelven con las manos vacías, los rastros se pierden en la noche. Nadie es capaz de vislumbrar a la criatura hasta que vuelve a producirse una nueva carnicería.
Pero hay una persona que sí puede encontrarlos y cazarlos. Su nombre es Betty “the Slayer” Mitchell.
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